Vuela alto
Se sentó a la pequeña mesa, observando la montaña por la ventana abierta. El aire fresco era bueno. Pensó en lo que escuchó, «vuela alto». Era simple, como el cielo sobre él. Le gustaba cómo sonaba; era como una orden, un deseo al mismo tiempo, algo que le dirías a un aventurero antes de su viaje.
Recordó al viejo de la calle que se lo decía cuando era niño. «Vuela alto», decía, viéndolo trepar al árbol más alto del parque. Las palabras significaban más que solo volar. Se trataba de subir, de esforzarse, ser más de lo que era. Como cuando quería conocer nuevas tierras, esas palabras lo impulsaban.
Las montañas estaban silenciosas, erguidas contra el cielo, así como esas palabras se levantaban contra los desafíos de la vida. Volar alto era un acto del espíritu. Era sobre desafío y coraje, y la negativa a ser anclado por el miedo o la duda. Ahora lo sabía, mientras había aprendido a vivir entre alambres de púas y tijeras que cortaban los sueños, cada palabra es un paso más alto hacia lo desconocido.
Sirvió una bebida, el vaso se siente fresco en su mano. «Vuela alto» era para los soñadores, para aquellos que sabían que el mundo era más grande de lo que podían ver. Era para los que comprendían que la vida no era solo sobre sobrevivir sino sobre vivir. Pensó en todas las historias que había escuchado, cada una un intento de volar, de alcanzar algo más allá de lo cotidiano.
El sol se estaba poniendo, proyectando largas sombras. Se quedaría pensando sobre esto, sobre esas dos sencillas palabras que significaban tanto. Su espíritu lo entiende claramente y puede sentir la libertad, sobre las montañas, sobre los sueños que empujan a los hombres más allá de los límites de sí mismos.

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