Respeta el sacrificio
En la fría silueta de la existencia, donde las sombras se entrelazan con los destellos fugaces de la luz, yace un secreto olvidado por muchos, pero venerado por aquellos cuyos corazones aún laten al compás de lo eterno. El sacrificio, esa ofrenda silenciosa que se entrega en el altar del tiempo, no es un mero acto de renuncia, sino un pacto sagrado con lo desconocido. ¿Quién puede medir el peso de una lágrima derramada en soledad, o el valor de un suspiro que se pierde en el viento? Solo aquel que ha caminado por los senderos más oscuros, donde el eco de los pasos resuena como un lamento, puede comprender la profundidad de lo que significa dar sin esperar recibir.
Mas no todos los sacrificios son iguales, pues algunos se elevan como cánticos fúnebres, mientras que otros caen en el olvido, sepultados bajo el polvo de la indiferencia. ¿Acaso no es el sacrificio una moneda de dos caras, donde una brilla con la promesa de la redención y la otra se hunde en el abismo del desconsuelo? Aquel que ofrece su vida, su tiempo, su amor, lo hace con la esperanza de que su gesto no sea en vano, de que alguien, en algún lugar, reconozca el valor de su entrega. Pero, la ingratitud es un monstruo que devora las almas generosas, dejando tras de sí un rastro de amargura y desilusión.
Y sin embargo, en medio de la desolación, surge un destello de luz, tenue pero persistente, que nos recuerda que el sacrificio no es un fin, sino un puente hacia algo más grande. Es un acto de fe, una apuesta contra la oscuridad, una declaración de que, a pesar de todo, hay algo que vale la pena proteger, algo que trasciende la carne y el hueso. ¿No es acaso en el sacrificio donde encontramos la esencia misma de lo humano, esa chispa divina que nos impulsa a dar lo que no tenemos, a amar lo que no vemos, a creer en lo que no comprendemos?
Respeta el sacrificio, no solo el tuyo, sino el de aquellos que, en silencio, han labrado el camino que hoy pisas. No lo deseches como si fuera una moneda sin valor, ni lo olvides como si fuera un sueño efímero. Honra su memoria, porque en cada gota de sudor, en cada lágrima derramada, en cada suspiro ahogado, hay un fragmento de eternidad que nos recuerda que, incluso en la noche más oscura, hay algo que brilla. Y ese algo es lo que nos mantiene vivos.

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