Perdido entre los escritos
En la penumbra de la noche, las palabras se amontonan unas sobre otras, zumbando con una urgencia que perturba la quietud de mi soledad. Me siento un extraño en mi propia mente, un huésped en el hotel de mis pensamientos, donde las habitaciones están siempre ocupadas por ideas que no reconozco como mías. Los escritos, una vez refugio seguro, ahora son un laberinto sin salida, paredes de texto que se cierran sobre mí, cada frase un pasillo más estrecho que el anterior.
La tinta se ha vuelto un océano en el que naufrago, las palabras olas que me golpean con la fuerza de lo incomprensible. Busco un faro, una señal de tierra firme, pero lo único que encuentro son espejismos de significado que se desvanecen al intentar asirlos. Mis propias creaciones se han convertido en una tormenta que me arrastra lejos de la costa de la realidad, hacia profundidades donde la luz del entendimiento no alcanza.
En este naufragio, las páginas se convierten en balsas frágiles, incapaces de sostener el peso de mis dudas. Cada palabra que escribo es un intento desesperado de salvación, un grito en la inmensidad de un papel que se extiende infinito. Pero la salvación no llega, y cada nuevo escrito es solo otro clavo en el cajón de mi expresión, un recordatorio de que quizás nunca hubo nada que salvar.
Y así, me pierdo entre los escritos que hago, un peregrino en un desierto de papel, buscando un oasis de claridad en un horizonte que se curva bajo la gravedad de mis propias palabras. La ironía de mi existencia se revela en la paradoja de mi búsqueda: cuanto más escribo, más me desvanezco, hasta que todo lo que queda es la sombra de la tinta y el eco de una voz que alguna vez fue mía.

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