×

Bajo el manto estrellado de la noche, en un rincón del mundo donde la vida canta sus verdades, me encontré con la frase que se ha convertido en mi más íntimo reflejo: «No tengo nada, y la nada es lo único que me pertenece.» Es como si cada estrella me dijera que en la carencia se encuentra la verdadera riqueza del espíritu, que en el desapego hallamos la libertad que los bienes materiales nunca podrían darnos.

Caminando por las calles de cualquier ciudad, con el viento de la vida azotando mi rostro, comprendí que la nada es, en sí misma, una forma de plenitud. No tener nada no significa estar vacío; al contrario, es un estado de ser donde la esencia de uno se revela sin máscaras, sin las cadenas del poseer. La nada es un espacio sagrado donde el alma se expande hasta encontrar su verdadero hogar, que no está en las cosas, sino en el ser.

Esta forma de apreciar la vida, que tantas veces me ha acompañado en mis viajes y en mis sueños, me enseña que en la simplicidad de la nada, se esconde la canción más pura del existir. Cada nota que toco es un recordatorio de que la alegría, el amor, la paz, no se encuentran en los objetos que acumulamos, sino en el corazón, en la mirada, en el abrazo. La nada me ha dado la oportunidad de ver, de sentir, de amar sin condiciones, de vivir en la plenitud de lo esencial.

Así, con cada paso por esta tierra, con cada palabra que pronuncio, con cada sonrisa que doy, celebro la nada como mi mayor posesión. Porque en la nada, encontramos todo lo que realmente importa: la humanidad, la naturaleza, el amor. No tener nada es, en verdad, tenerlo todo, porque es en ese vacío donde se posa la verdadera esencia de la vida. Y así, con el alma desnuda ante la inmensidad del universo, me siento más rico que nunca, pues la nada es lo único que me pertenece, y en ella, hallo mi más profunda libertad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Autor

ventalizate@gmail.com

Entradas relacionadas