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A veces, la vida se siente como un laberinto de sombras, un lugar donde las paredes se cierran y el aire escasea. Pero incluso en esos momentos, cuando el corazón parece pesar más que el cuerpo, hay una luz tenue que se cuela por algún hueco. Esa luz no promete milagros, no grita, no exige atención; simplemente está ahí, esperando a que la veas. Y cuando lo haces, cuando decides mirarla de frente, algo dentro de ti comienza a cambiar. No es rápido, no es fácil, pero es inevitable. Como el primer rayo de sol después de una tormenta, llega sin prisa pero sin pausa, iluminando todo aquello que creías perdido.

Hay días en los que el mundo parece haberse detenido, en los que cada paso que das resuena como un eco en un vacío infinito. Pero incluso entonces, hay algo que te empuja a seguir adelante. Quizás sea el recuerdo de una risa, el aroma de un café recién hecho, o el simple hecho de que el cielo sigue siendo azul. Son esas pequeñas cosas, aparentemente insignificantes, las que te recuerdan que la vida no se detiene, que sigue su curso, y que tú también puedes hacerlo. No se trata de olvidar, sino de aprender a convivir con lo que fue, de permitirte sentir sin ahogarte en ello.

Y entonces, un día, sin previo aviso, te das cuenta de que has vuelto a sonreír. No es una sonrisa forzada, ni una que esconda algo más; es genuina, brotando desde un lugar que creías olvidado. Es en ese instante cuando comprendes que has empezado a sanar. No porque el dolor haya desaparecido por completo, sino porque has encontrado la manera de abrazar la vida de nuevo, con todas sus imperfecciones y belleza. Es como si hubieras aprendido a bailar bajo la lluvia, a disfrutar del camino incluso cuando no sabes a dónde te lleva.

La vida, después de todo, es un mosaico de momentos. Algunos están llenos de colores vibrantes, otros son más grises, pero todos son necesarios para completar la imagen. Y tú, con cada paso, con cada respiro, estás creando tu propia obra de arte. No hay prisa, no hay reglas, solo la certeza de que cada día es una oportunidad para empezar de nuevo, para encontrar esa chispa que te hace sentir vivo. Y cuando lo haces, cuando te permites brillar, el mundo parece brillar contigo. Porque la vida, en su esencia más pura, es un regalo que merece ser vivido con todo el corazón.

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