×

En algunas ocasiones, todo parece detenerse. El mundo gira a su ritmo, los días se suceden uno tras otro y, de repente, algo sucede. Algo tan pequeño como un suspiro o tan grande como un terremoto. Y en ese instante, todo cambia. No hay aviso, no hay preparación. Solo el crujido del tiempo partiéndose en dos, como si el universo decidiera que ya era suficiente, que había llegado el momento de sacudirte, de recordarte que no tienes el control. Y ahí estás tú, intentando mantener el equilibrio, preguntándote cómo es posible que todo pueda derrumbarse en un abrir y cerrar de ojos.

Pero también está la otra cara de la moneda. A veces, ese cambio llega envuelto en luz, como un regalo que no sabías que necesitabas. Un encuentro fortuito, una palabra justa en el momento preciso, una decisión que tomas sin pensar demasiado y que termina por llevarte a un lugar que nunca imaginaste. Es curioso cómo algo tan fugaz puede tener el poder de redefinirte, de mostrarte que hay caminos que no habías visto, que hay versiones de ti que no conocías. Y, de pronto, te das cuenta de que no hay vuelta atrás, que ya no eres la misma persona que eras antes de ese segundo.

El tiempo es un maestro cruel y sabio. Nos enseña que nada es permanente, que todo está en constante movimiento, incluso cuando nos empeñamos en creer lo contrario. Y aunque duele aceptarlo, hay una belleza en esa fragilidad, en saber que cada momento es único e irrepetible. Que cada respiro es una oportunidad para empezar de nuevo, para dejar ir lo que ya no nos pertenece y abrazar lo que está por venir. Porque, al final, no se trata de resistirse al cambio, sino de aprender a bailar con él, de encontrar la manera de seguir adelante incluso cuando el suelo parece ceder bajo tus pies.

Así que, si hoy te sientes perdido, si el peso del mundo parece demasiado grande para tus hombros, recuerda esto: no estás solo. Todos llevamos cicatrices, todos hemos sido testigos de cómo la vida puede dar un giro inesperado. Pero también llevamos dentro la fuerza para levantarnos, para reconstruirnos, para encontrar un nuevo rumbo. Porque la vida, en su impredecibilidad, también nos regala la posibilidad de reinventarnos, de descubrir que somos capaces de más de lo que creíamos. Y eso, en sí mismo, es un milagro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Autor

ventalizate@gmail.com

Entradas relacionadas