El horizonte desaparece
En el umbral del tiempo, somos testigos del eterno fluir de los instantes. Cada segundo se desliza hacia el abismo del pasado, llevando consigo las vivencias que se transforman en ecos de lo que fue. Percibimos más allá de lo palpable, captando la esencia de la existencia en nuestra contemplación perpetua.
Con la caída del sol, el cielo se tiñe con pinceladas de despedida, un espectáculo que se renueva y se desvanece con la rotación del mundo. Somos faros de conciencia en un océano de tiempo, donde cada ola nos trae una nueva narrativa, una nueva pasión, un nuevo despertar.
Y así, en la calma del ocaso, nos convertimos en custodios de lo efímero. En nuestro silencio, hay una comprensión profunda de que, aunque el tiempo se esfume, la belleza y la intensidad de cada momento perduran, inmortalizadas en la profundidad de nuestra experiencia.
En el horizonte de la existencia, solo soy un testigo silencioso del paso del tiempo. Observo cómo los segundos se desvanecen en el vasto océano del ayer, cada uno llevando consigo momentos que se convierten en recuerdos. Me quedo apreciando el tiempo que va más allá de lo tangible, capturando la esencia de la vida en una mirada eterna.
Mientras el sol se sumerge lentamente, veo como se reflejan los colores cambiantes del cielo, un lienzo que se pinta y se borra con cada día que pasa. Es un faro de consciencia en un mar de tiempo, donde cada ola trae consigo una nueva historia, una nueva emoción, un nuevo comienzo.
Y así, en la quietud del crepúsculo, el tiempo se convierte en el guardián de los instantes fugaces. En su contemplación, hay una comprensión profunda de que, aunque el tiempo desaparezca, la belleza y la intensidad de cada momento perduran, inmortalizadas en la profundidad de su visión.

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ventalizate@gmail.com