Algo cambió
El sol caía sobre la ciudad como un testigo cansado, indiferente al bullicio de las calles. Los automóviles pasaban, las voces se entrecruzaban y el aire olía a estrés y prisa. Pero él, sentado en aquel banco, parecía ajeno a todo. No llevaba reloj. No lo necesitaba. El río frente a él fluía lento, indiferente también, arrastrando hojas secas que se hundían y reaparecían, como recuerdos que no querían morir. Él las seguía con la mirada, preguntándose cuánto tiempo había perdido corriendo tras cosas que ahora le parecían vacías. La presión de la sociedad, las expectativas de los demás, las deudas de la vida.. todo eso seguía allí, pero en ese momento, él no.
De pronto, un niño apareció corriendo, riendo con una risa tan pura que cortó el aire como un cuchillo. Llevaba un globo rojo, brillante, que se escapó de sus manos pequeñas y comenzó a elevarse. El hombre lo miró fijamente, como si aquel globo fuera un pedazo de su propia infancia, de algo que había perdido hacia mucho tiempo. El niño se detuvo, miró hacia arriba y sonrió. No lloró. No reclamó. Simplemente observó cómo el globo se perdía en el cielo, libre, feliz. Y en ese momento, el hombre sintió un nudo en la garganta. ¿Cuándo había sido la última vez que él había dejado ir algo sin pelear, sin sufrir?
Una mujer mayor se sentó a su lado. Llevaba un sombrero desgastado y una bolsa de tela llena de libros cuyas páginas amarillas olían a tiempo y a recuerdos. No dijo nada al principio, pero su presencia era cálida, como el último rayo de sol en un callado atardecer. Luego, sacó un libro y comenzó a leer en voz baja. Las palabras eran sobre el mar, sobre perder y encontrar, sobre navegar sin rumbo y descubrir que el rumbo no importa. El hombre cerró los ojos y dejó que las palabras lo envolvieran. No sabía si la mujer estaba leyendo para él o para sí misma, pero en ese momento, le daba igual. Era como si el universo le hubiera enviado un mensaje en el momento exacto en que más lo necesitaba.
Cuando se levantó para irse, el hombre miró a su alrededor. La ciudad seguía allí, con su caos y su frenesí, pero él ya no era el mismo. Algo se había roto dentro de él, o tal vez se había curado. El río seguía fluyendo, indiferente, pero ahora él entendía que no había que luchar contra la corriente. A veces, la vida te quita cosas para darte otras. A veces, te distrae de las presiones para mostrarte lo que realmente merece tu atención. Y en ese momento, supo que nunca volvería a ser el mismo. El globo rojo ya no estaba, pero el cielo seguía allí, infinito, esperándolo.

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