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En la quietud de la noche, me encontraré suspendido en el firmamento, colgado de la luna creciente. Desde mi alcoba celeste, observaré el mundo en su silencioso cambio, esperando el primer destello del alba. La oscuridad se siente cómplice, un manto que cubre todo antes del renacer diario.

La luna, misteriosa compañera, me balancea suavemente mientras las estrellas parpadean en un saludo silencioso. Ellas son testigos de este momento de serenidad, donde el tiempo parece detenerse y el espacio entre los sueños y la realidad se difumina. La paz es palpable, casi se puede respirar junto con el ritmo lento de la noche que se despide.

Abajo el mundo duerme ajeno a mi vigilia. Casas y calles, montañas y mares, todos descansan en la promesa de un nuevo día. Y allí estás tú, en el umbral de tus sueños, a punto de cruzar de vuelta a la luz del día. Mi corazón, si lo tuviera, latiría al compás de tu despertar.

Y entonces, el horizonte comienza a teñirse de colores. Rosas, naranjas y dorados anuncian la llegada del sol, ese artista celestial que pinta el cielo cada mañana. Desde mi lugar en la luna, te veo abrir los ojos, y aunque estés lejos, siento que de alguna manera, nuestro encuentro es tan real como la magia que envuelve el amanecer.

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